lunes, 5 de abril de 2010

Post 2: Myanmar (leer después del post 1)

Myanmar tiene frontera con Laos, China, Tailandia, Bangladesh e India, pero como gobierna una dictadura desde hace más de cuarenta años, está aislado del mundo. Todo es muy diferente, empezando por la raza de sus habitantes, indias con punto rojo en la frente se mezclan con mujeres de ojos chinos, con otras de rasgos bamar, con otras de etnias que no conocemos el nombre… y todas con la cara igualmente maquillada de amarillo; siguiendo porque la gran mayoría de los hombres no usa pantalones; porque el 90% de los autos tienen el volante a la inglesa pero se conduce a la americana; y porque no hay ni un solo cajero automático en todo el país (dos empleadas de banco no saben lo que son y según una tercera, todavía no llegaron).


Todo sorprende en Myanmar desde que se pisa Yangon, la capital más parecida a un pueblo que jamás hayamos visto. Con sus edificios bajos, todos; aceras casi inexistentes o colapsadas por todo tipo de vendedores ambulantes, bicicletas aparcadas, o gente tomando el aire fresco; buses de hace cincuenta años que no superan los 20 kilómetros por hora; y ritmo de pueblo, porque el sol atrasa media hora con respecto al continente, pero la prisa atrasa años, décadas.


En el centro de la ciudad se encuentra una pagoda encajada, la Sule Paya, techo de las tiendas más variopintas y punto de referencia para ir y venir por la ciudad. A su alrededor el barrio indio, donde cientos de hombres de tez oscura vestidos con el típico longyi birmano (falda a cuadros), conviven con otros vestidos con túnicas árabes, junto a tres mezquitas, un templo hinduista y una sinagoga. Un poco más alejada se encuentra la Shwedagon Paya, la gran pagoda de oro ciudad cuya belleza alcanza su punto máximo al atardecer, nos conformamos con ver su impresionante stupa desde la ventana del hotel, y dejamos el paseo por Yangon para los últimos días en el país.


Sule Paya


Swedangon Pagoda


Por las calles de la capital


La Swedangon desde la ventana de nuestra habitación


Una de las calles principales


Bar del centro


De ahí nos marchamos al norte, a Mandalay. Otro pueblo con aires de ciudad como la capital, de hecho lo fue durante unos años. Un palacio rodeado por un gran foso ocupa casi todo el plano, pero sin duda es lo que menos merece la pena. Un conjunto de “edificaciones” de madera recientemente mal restauradas, hacen las veces de salones de un palacio inimaginable. Para entrar a verlo tuvimos que hacer nuestro primer aporte grande al gobierno de este país, 20 dólares, que además de haber sido mirados con lupa, fueron los causantes de nuestro primer replanteamiento sobre la realidad del país.


El asunto político es una tema muy grande que habría que tratar en profundidad (y posiblemente en un post posterior), por eso, aquí como el resto de las ciudades, les contaremos lo que vimos y vivimos sin más detalle que pequeñas pinceladas de la situación sociopolítica.


En una de las esquina al exterior del complejo del palacio se alza la colina de Mandalay, coronada por un buda que con el brazo extendido señala el palacio. La historia cuenta que buda profetizó, en una visita a estas tierras, que varios siglos después esta sería la ciudad principal del país. Al llegar el año señalado, como había dicho buda, el rey de turno trasladó la capital a Mandalay, e hizo eregir una gran figura del iluminado para celebrar su acierto. El camino hasta la estatua está constituido por infinitas escaleras que se deben subir descalzo y la recompensa, sin contar los kilos de suciedad acumulados en los pies, es una vista estupenda de la ciudad desde lo alto.


Escaleras eternas


Buda apuntando el lugar señalado


Bus urbano


Tráfico en la avenida


Como habíamos comprado el ticket turístico, decidimos sacarle todo el partido. Visitas a varias stupas, monasterios… pero para no aburrir contamos nuestros favoritos: El Shwenandaw Kyaung, un monasterio de teca de más de 200 años que se mantiene casi perfecto y es una belleza; la Kuthodaw Paya, conocida como el libro más grande del mundo, gracias a su placas con inscripciones que cuentan el Tripitaka y que se tarda 4 meses en leer íntegramente; la visita al pueblo de Amarapura con su puente de U Bein, un puente de teca de 1,2 kilómetros, el más largo del mundo; y algo fuera de ticket, pero de lo mejor del lugar, las tres vistas al puesto callejero de chapatis con sus curries y dhales increíbles.


Stupas de un templo y parte de la colina detrás


Mujeres rezando


El templo de teca


Leyendo otro libro en el libro más grande del mundo


Birmanas cruzando el puente de U Bein


Más de un kilómetro de puente


Dos chapatis, dos dhales y una salsa bastante picante

Cansados y bien comidos nos fuimos en bus nocturno hacia el lago Inle. Un viaje un poco largo, con vómito de algún compañero de viaje incluido, pero bastante llevadero. A las 5 de la mañana nos dejaron en una ruta, la intersección que nos llevaba al pueblo en que nos íbamos a alojar, y un rato después nos tomamos una camionetita con una ucraniana muy rara y sus tres hijas. Esta mujer, muy maja por cierto, es para un post aparte, pero lo dejaremos en que aún creemos que acababa de escarparse de su marido llevándose todos los ahorros familiares.


El lago es un lugar anclado en el tiempo, con sus pescadores pescando con red, sus mujeres haciendo todo tipo de artesanía (cigarros, papel, hilados, joyas de plata y piedras semipreciosas…), sus templos sobre el agua, sus huertas de tomate y sus minorías étnicas. Una especie de Venecia en versión primitiva, pero igual de decadente. Espectáculo.



Pueblo sobre pilotes


Nuestra barcaza


Técnica de remo con el pie


Artesana hilandera


Pescando al estilo birmano


Pagodita sobre el lago


El Rialto birmano

Sabíamos que no muy lejos había unas cuevas con budas, y que lo mejor era hospedarse en un pueblo que queda a unos 45 kilómetros, así que montados en una camioneta con locales, nos fuimos hacia allí. Kalaw.


Dos intentos de llegar a Pindaya, el pueblo de las cuevas, dos fracasos. El primero por nuestra tardanza en despertarnos, y el segundo porque así es Myanmar, era imposible volver a Kalaw ya que el transporte de vuelta se acaba antes de las 12 del mediodía. Lo bueno, es que conocimos las piedras, un dulce riquísimo que se vende sólo en un salón de té de ahí.


Etnia pao


Todo vale para atravesar Myanmar


Lo del medio, cuadrado, marrón y amarillo y que está buenísimo es una "piedra"


Monjas recibiendo ofrendas

Decepcionados subimos a una cacharra ruinosa con forma de autobús, que en 7 horas nos dejó en Bagan. Nuestros espíritu y buen humor se habían bajado muchas horas antes. En el camino, niños y niñas construyendo la carretera sólo con sus manos, paisajes parecidos a la sabana africana con sus chozas de paja, todos los baches que puedan imaginar, polvo y un plato de arroz con pollo y una mosca frita.


Es difícil describir Bagan en su magnitud, pero aquí van algunos datos. Más de 4400 templos budistas en una extensión del tamaño de Manhattan, construidos durante 230 años, de 10 siglos. Impresionante. Así que bici, selección de los principales y a pedalear. Se pueden pasar días, muchos, recorriendo estos templos, pero nosotros, ya con el tiempo justo, nos quedamos con lo fundamental. Tal vez sea por aislamiento del país, tal vez por motivos arquitectónicos, o algún otro motivo que se nos escape, Angkor (en Camboya) es infinitamente más conocido que Bagan, pero este último está mucho mejor conservado y a nosotros, en definitiva, nos ha gustado muchísimo más.


Templo de Bagan


Panorámica de templos del complejo


Bicicleteando por Bagan


Tránsito rodado de la zona

De Bagan a Bago, que más allá de la similitud del nombre no tienen nada que ver. Se trata de un pueblito, bastante animado, que conserva algunas joyas del país. Las principales para nosotros son tres: el Buda reclinado más grande del mundo, de unas dimensiones titánicas (ver foto); cuatro Budas dispuestos espalda contra espalda, también de un tamaño descomunal; y la pagoda de la ciudad, visible desde casi todas partes, con una stupa de 114 metros de altura y una historia interminable de derrumbes y reconstrucciones. En Bago todo es grande menos el pueblo.


Dos de los cuatro Budas


En el mercado de Bago


Buda reclinado más grande del mundo



La pagoda principal


Pensábamos seguir hacia el sur, pero problemas con los teléfonos e Internet (todo casi inexistente acá) nos obligaron a cambiar de planes. Vuelta a Yangon. Íbamos a recorrer la ciudad con calma y dar terminado el periplo por este país, pero fuimos a cambiar dinero. Nos ofrecieron un cambio bastante alto, y como era obvio, había truco. Nos timaron! 25 dólares que no íbamos a dar por perdidos. Mientras pensábamos en lo boludos que habíamos sido nos encontramos cara a cara con el timador. La ira y la osadía hicieron que lo agarráramos de la solapa de la camisa y, mientras le decíamos que nos devolviera el dinero, lo lleváramos por la calle haciéndole pasar una vergüenza tal que decidió darnos todo lo que nos había robado. Conclusión, nada de recorrer Yangon, mejor nos vamos antes de que nos maten.


Por último, escapándonos de la capital, hicimos parada en un pueblo innombrable, famoso por su Roca Dorada. En lo alto de una montaña hace equilibrio una roca pintada de color oro que, según cuenta la historia, permanece sin caerse por un mechón de pelo de Buda colocado estratégicamente. Según nosotros, tienen que haberla pegado de alguna forma, tiene que haber truco. Sea como sea, con semejante historia, se ha convertido en una de las zonas de peregrinación más importantes de Myanmar. Y allí fuimos. Entre subir andando cuatro horas o ir por atajo, elegimos la segunda, como casi todo el mundo. Pero a qué precio! Qué transporte! Camiones de carga “adaptados” para personas, es decir, maderas colocadas cual bancos en las que apiñar gente y más gente. Y una vez ajustados en la madera (que no sentados sobre ella), tobogán de asfalto y baches. Una fiesta. Superado el trance, una hora de caminata empinada y al llegar arriba, pies descalzos sobre el mármol recalentado todo el día al sol. No se nos puede negar, somos unos peregrinos en toda regla, con sufrimiento incluido.



La Roda Dorada en equilibrio


Furgoneta "adaptada" y muy cómoda


Porteadores trasladando gente


Peregrinos iniciando la subida hacia la Roca Dorada

Tras esta experiencia religiosa, vuelta a un hotel de Yangon alejado del centro y final de nuestra estancia en este país.


Pero Myanmar es mucho más de lo que aquí hemos contado, es un mundo aparte que no tiene nada que ver con el nuestro, un mundo que nos ha generado muchos sentimientos encontrados y que compartiremos en forma de reflexiones en un próximo post. Todavía estamos digiriéndolo.


Besos grandes,

Bruno y Marta

viernes, 2 de abril de 2010

Post 1: Fin de Camboya y Tailandia

Sí, en esa visita al mar por fin pudimos disfrutar de días de sol. Sihanoukville, situada al sur de Camboya, es la zona de playa por excelencia del país. Nos alojamos en Serendipity Beach, el lado donde la fiesta no tiene fin y la música no te deja dormir. Eso nos dijeron. Nosotros no íbamos en ese plan fiesta “dame-tres-vasos-más-de-petróleo-con-hielo-que-me-los-bebo-de-trago” y menos mal, porque, excepto un par de bares con algo de ambientillo, la cosa estaba muy muy tranquila. Vamos que si eso es fiesta, mejor ir a comer pipas a una plaza.

Así que nos dedicamos a la playa con su vuelta y vuelta, su “vamos a nadar un rato”, y su “me tomo un cervecita de barril Angkor mientras veo atardecer en esta tumbona”. Relajados y ya por fin tostándonos. Yuju! Y para reponer fuerzas, barbacoa de barracuda todas las noches. Con un poquito de color en la piel y el gafe solar desmontado, continuamos nuestra ruta. Un día comprando una de las mejores pimientas del mundo en Kampot, y otro día en un hotel de ricos con piscina nocturna en Kep, fueron el preámbulo a nuestra vuelta a la capital del reino.

Cerveza en la playa

En busca de la famosa pimienta

Atarcede en Kep

Como ya casi teníamos Phnom Penh totalmente visitado nos fuimos de compras. El mercado ruso, en realidad una puestera de él, se quedó con nuestro capital a cambio de kramas, kramas y más kramas. Con la mochila llena de pañuelos típicos, terminamos los últimos preparativos para ir al norte, más precisamente a un lago en Rattanakiri.

Empujados por lo que habíamos leído sobre la zona, concretamente sobre su lago volcánico, con la ilusión, nos subimos a un autobús con un trayecto infinito. Horas, horas y más horas, todas las del día para recorrer 600 kilómetros. Arrancar, parar, subir gente, parar a los 300 metros, bajar 2, seguir la ruta, parar a la hora para desayunar, continuar, parar a los 10 minutos a hacer pis, volver a salir, recorrer 20 kilómetros, parar a comer… y así durante 12 horas. Pero llegamos. El polvo rojo del camino hasta en los huesos, tierra roja. Tras descansar de la larga jornada, nos pusimos en marcha con la alegría al lago volcánico. Pero no. Sí, pero no. Un lago enorme dentro de un parque natural, bonito, mucho, pero de volcánico tendrá su historia porque ni rastro de azufre ni de nada que se le parezca. Del lago a unas cascadas escondidas al final de un camino de kilómetros de tierra y pozos, muy chulas, y después paseo en moto por las 5 calles del pueblo. Un día y dos noches fueron suficientes para conocer el noreste de Camboya y llevarnos un recuerdo imborrable, el polvo rojo que cubre cada rincón de nuestras mochilas y parece destinado seguir ahí por el resto de los días.

El polvo rojo de Rattanakiri


Lago volcánico... o no?

Nada


También nada


Viajando en familia por Rattanakiri

A la mañana siguiente cogimos un bus rumbo a la joya de Camboya, Siem Reap. Por la experiencia del viaje anterior sabíamos que no iban a ser todo comodidades, pero nunca esperamos vernos obligados a visitar más a fondo un restaurante de carrera que el propio Ankor Wat. Sí, en medio de nuestro viaje infinito nos dijeron que nosotros dos y un japonés, teníamos que cambiar de bus, que esperáramos ahí que ya nos pasarían a buscar. Y esperamos, vaya si esperamos, 4 horas después un bus con destino a Siem Reap hacía su parada para que el conductor y los pasajeros comieran sopa de noodles, fried rice, o un puñado de grillos sobredimensionados. Todo parecía encaminado hasta que el conductor nos dijo que si queríamos viajar con él le teníamos que pagar 5 U$S cada uno. Que no pagamos más, que no los llevo, que nos parapetamos en el bus, que me pagues, que me parapeto, que hago una reunión con todos los pasajeros, que sigo parapetado, mejor los llevamos, mejor nos llevas. En tres horas en Siem Reap, ganamos!!!

Por la mañana recuperados del trayecto, nos subimos a unas bicicletas y tras 10 kilómetros llegamos al mayor complejo de templos budistas del universo entero, o lo que queda de ellos. Con más de 50 templos en ruinas, este lugar es totalmente inabarcable, por eso en los tres días que le dedicamos intentamos visitar los “greatest hits”, y no sabemos si llegamos a ver el 20%. Imperdible el Angkor Wat, el templo de las caras que miran para abajo, el templo invadido por los árboles, la terraza de los elefantes... Un complejo enorme lleno de historia de más de mil años, en estado triturado debido al paso del tiempo y la fuerza de la naturaleza. En definitiva piedras, muchas piedras que muestran un pedacito de lo que en algún momento debió haber sido un sitio majestuoso. Consejo para siguientes viajeros, vayan con guía, o quédense a medias como nosotros.

Inmenso Angkor Wat

Relieves en el interior del Angkor Wat

Monjes en los alrededores

Observando

El paso del tiempo en Siem Reap

Templo casi intacto

Tres días y 80 kilómetros de bici después salimos de Camboya y entramos en Tailandia en busca de primer mundo, sol y mar. Encontramos sol y mar.

Ko Phangan. Vista desde la habitación

Playaza de Ko Phangan

Vuelta y vuelta

El resumen de Tailandia es: unos días en Bangkok esperando el visado para Myanmar, que aprovechamos para comprar algunas muy cosillas necesarias como libros e hisopos, ver unos combates de Muay Thai, vagar por la bella Khao San y festejar el año nuevo chino; tumbarnos vuelta y vuelta primero en Ko Phangan y después en Ko Samui con rasurado de pelo incluido; un viaje relámpago a Malasia entre cada isla para renovar visado; paso por Chiang Mai para volver a fracasar con un traje y vuelta a Bangkok para volar a Yangón.

El barrio chino en fiestas

¡Feliz año del tigre!

Chinatown


Combate femenino de Muay thai

Playa de Ko Samui

Sin pelo

Otra playa de Ko Samui

Inciensos gigantes en Chinag Mai

Tienda de sombrillas

Myanmar merece ser tratado aparte, así que os lo contamos en el post 2.

Beso grande,

Bruno y Marta