viernes, 11 de diciembre de 2009

Bangkok y el sur de Laos

Volar más abajo que la tierra es una de las cosas más increíbles del mundo. Y eso es lo que nos pasó en nuestro camino a Bangkok. Un avión mucho mejor de lo que esperábamos, volaba a un costado del Himalaya sin lograr superar su altura, y ofreciéndonos un espectáculo único.


Cordillera del Himalaya desde el avión

El día no podía ser mejor, volar con vistas espectaculares y llegar a la ciudad que huele a felicidad.

En Tailandia todo es fácil, por eso en muy poco tiempo estábamos instalados en el hotel y paseando en havaianas por Khao San Road. En total estuvimos 3 días disfrutando de los Pad Thai callejeros, de los pancakes de banana con chocolate y leche condensada, de los mercados, de la gente y de esos olores fascinante que ofrecen las calles de Bangkok.


Mercado de Chatuchak


De compras por Chatuchak


Puestos callejeros de comida al lado de Khao San

Un tren nocturno nos llevó a Ubon Ratchathani la ciudad en donde se toma el bus a Pakse, nuestro primer destino laosiano, al sur del país.

Llegamos a una estación un poco lejana de la ciudad, y en nuestro afán de conseguir el precio con menor porcentaje de timo turista, descartamos a dos conductores por no ajustarse a nuestro presupuesto y nos pusimos a arreglar con un tercero. Éste creyó que estaba haciendo un buen negocio y lo que estaba haciendo era enojar a uno de los dos primeros conductores con lo que en vez de llevarse a dos turistas, se llevó un arreo con un casco en la cabeza. Conclusión: nosotros sin transporte, el conductor violento con el casco roto, y el conductor precio justo con cara de tonto, bronca y suponemos que a alguna que otra lágrima guardada. Conseguimos a otro que nos llevó a la ciudad, que con este comienzo esperábamos llena de acción, pero nos encontramos con un lugar como todo hasta el momento en Laos, tranquilo, con la paz instalada y muy poco para hacer. Eso sí, Pakse es un gran punto para moverse por la zona.

Pasamos una tarde noche paseando por sus calles, con su templo, su zona de fiesta local y el río a cuya vera la gente no sabe ni una palabra de inglés. Nos hicimos entender para localizar el barco que nos llevaría al día siguiente a nuestro próximo destino por aguas del río Mekong y conseguimos la información: ya no hay prácticamente barcos de línea regular, las carreteras y el precio de la gasolina han ganado la partida. Cabizbajos fuimos a comprar dos billetes de bus a Si Phan Don. Al día siguiente mini bus con aire acondicionado y 8 turistas más.


Beer Lao en Pakse

Si Phan Don es un grupo de islas, 4000 según su nombre, en medio de las aguas marrones del Mekong. Para los argentinos y viajados a ese maravilloso país, un macro Tigre, para los otros, vayan a Argentina, que está buenísimo (y alójense en A lo García). Nosotros elegimos la isla Don Det, ni grande ni pequeña y muy al sur, casi en la frontera con Camboya. Dos hamacas paraguayas, una cama y cuatro paredes pegadas a ella, una terraza sobre el río, cuatro pilotes sujetándolo todo y sus dueños, dos hippies viejos que creemos se enamoraron de Laos mientras se manifestaban contra la guerra de Vietnam. Otra vez paz, mucha paz y poco para hacer, por eso un día dimos la vuelta a la isla caminando, al día siguiente la dimos en bici, y después a relajarnos en las hamacas. Parece que los lugares perdidos del mundo tienen los mejores platos, porque en el restorán (qué linda palabra) del hotel sirven un curry de lentejas con calabaza digno del Bale-Bale indonesio.


Puerto de salida de los botes a Don Det


Nuestras hamacas y nuestra terraza al río


La casucha es el hotel


Baño en el río


Baño de nuestras vecinas locales


Luna sobre el Mekong

Al día siguiente bote, mini bus y “ferry” a Champasak.

El Mekong atraviesa todo el país, por momentos es frontera con Tailandia y por momentos divide provincias de Laos, para terminar cruzando Camboya y el sur de Vietnam. Lo que además de ser el motor del país, hace que haya que cruzarlo todo el tiempo. En Champasak es cosa de todos los días, por eso se han construido unos ferrys que podríamos tildar de artesanales. Tres pequeños barcos atados a una plataforma de madera, capaces de llevar toneladas entre personas, coches y buses.

Champasak es una calle larga paralela al río llena de casas sobre pilares y de laosianos haciendo su vida, jugando a la petanca (las bochas de Argentina), hablando y lo que más les gusta del mundo, ver la tele. El pueblo calle no tiene más interés que un paseo tranquilo y dos wat (templos budistas) en construcción, pero en las afueras, a 8 kilómetros, se encuentran las ruinas de un complejo de origen hinduista, hoy convertido al budismo, bastante interesante.

Luego de una visita a la ruinas, y como Champasak es como es, nos fuimos a Pakse en busca de acción y transporte a nuestro siguiente destino. La altiplanicie de Bolaven.


Bus cruzando el río


El valle desde lo alto de las ruinas


Santuario


Nosotros cruzando el río

Tras 2 horas subidos a una furgoneta llena de señoras laosianas y toda su compra del mes, llegamos a Paksong, el pueblo que elegimos como base para explorar la altiplanicie. Según nos aproximábamos, una bajada considerable de temperatura, (jerseys ,pañuelos, dónde estáis?) y después un pueblo con poquito que ofrecer. No importa! Vuelta de reconocimiento a la zona, cena rica con beer Lao fresquita y mañana más. Por la mañana, desayuno a base de café del país, negro y muy fuerte y galletas tristes (aquí no tienen tostadas con mantequilla ni nadie que pueda traducir lo que son). Arrancamos. Moto alquilada, “la poderosa” y recorrido de unos 100 km por los alrededores. Lo que vemos es Laos, así son sus pueblos, uno detrás de otro dibujando el paisaje sin fin con sus casas sobre pilotes de madera, y así sus gentes, cargando estilo balanza, trabajando en el campo, tirados a la sombra hablando y siempre dispuestos a ayudarnos. Son unos soles, “khawp jai” que es como se dice gracias. En medio del camino, cascadas y cascadas. La más alta, de 100 m, la vimos, la que más nos gustó, casi la tocamos.


Posando al estilo chino


Laosianas en la plantación de café


Con nuestra "poderosa" contra el polvo de camino.

Después de cuatro horas de moto, tocaba descanso y planear la siguiente parada más al norte, en el centro de Laos.

Beso grande,
Bruno y Marta

jueves, 26 de noviembre de 2009

El valle de Katmandú y Pokhara

Siguiendo recomendación y también nuestro instinto llegamos a Bhaktapur. Ninguno de los dos falló. Es una ciudad más pequeña que la capital nepalesa y por tanto más manejable, pero que además guarda un montón de encantos. Nos alojamos al lado de una de las plazas principales en la que se encuentra el templo newar más alto de Katmandú. Una joya en sí misma que mejoró incluso más por la noche cuando la iluminaron únicamente con velas. Teniendo en cuenta que en Nepal la electricidad brilla por su ausencia entre las 7 y las 9 de la noche, la visión era espectacular.

Recorrimos toda la ciudad, todos los callejones, templos, la plaza de los alfareros (lástima que no los encontramos trabajando) y cómo no, la plaza Durbar. En realidad es imposible utilizar palabras para explicar lo que hay en esas plazas. Las fotos tampoco les hacen justicia. El tiempo y la precisión que exige cada puerta, cada estatua, cada ventana tallada en madera con mil y un ornamentos, cada altar, cada columna, los variadísimos materiales que se emplean, y todo acabado con una perfección de maestro… no se puede contar lo suficientemente bien para que se aprecie. Las fotos que aquí dejamos son sólo una referencia.

La segunda noche que pasamos allí además coincidió con que había, lo que podríamos llamar “una muestra de folclore autóctono”, que en realidad era una turistada. Lo mejor de la “muestra”, la presencia de la Kumari. Es una niña-diosa. Hay una en todas las ciudades del valle y la eligen según 35 criterios físicos y 2 pruebas más posteriores. La adoran hasta su pubertad, cuando debe abandonar el palacio con su dote bajo el brazo y buscan una nueva. Es una diosa de carne y hueso. La de Bhaktapur parecía tener una edad considerable (y muchas tablas con los turistas), pero bueno...


El templo newar más alto del valle


Plaza Durbar de Bhaktapur


Señor nepalí


La Kumari

Así, con una sonrisa pintada, nos fuimos a dormir y al día siguiente arrancamos hacia Dhulikel. ¿Y por qué allí? De Bhaktapur a Dhulikel en busca de la ansiada visión del Himalaya. Sí. Volvimos a la calle donde nos había dejado el autobús al llegar y esperamos uno que fuera a nuestro destino. Y llegó. Pero no podía caber más gente dentro. Y como a grandes males, grandes soluciones, viajamos a la nepalesa, en la baca del bus. Unos 40 minutos de trayecto entre colinas y arrozales con el viento soplando de frente. Un gustazo. Lo mejor de Dhulikel junto con las vistas de las montañas, aunque un poco estropeadas por las nubes perpetuas.


Tráfico en el valle desde la baca del bus


Bruno encantado en la baca de nuestro bus


Atardecer en Dhulikel mirando al Himalaya

Desde allí, vuelta a Katmandú a equiparnos para la montaña, con bastante poco éxito, la verdad. Y de ahí, a Pokhara, eso sí, haciendo una parada en un pueblito a medio camino. Tras un viaje dudosamente cómodo y claramente arriesgado, alargado por un accidente ajeno que detuvo el tráfico hora y media, y después de un traslado un jeep sobrecargado de personas y objetos, llegamos en plena noche a Bandipur. Las 9 de la noche nepalíes equivalen a las 4 de la mañana españolas-argentinas. La nada, el silencio, la oscuridad (las farolas no son tan fáciles de encontrar). Conseguimos alojarnos. Por la mañana, una villa estilo medieval nepalí, una calle con gente pasando, el calor del sol después de la ducha fría, hombres y mujeres cargando, porteando, niños yendo a la escuela, valles y bancales de arroz a los dos lados del pueblo, a lo lejos otra vez el Himalaya (siempre con las nubes), los chavales jugando al Karanbord, una especie de billar con fichas, abuelas que fuman sentadas todo el día al sol, cocineros sin prisa (2 platos de noodles, 2 horas de espera). No sabemos por qué, este pueblo nos gana. Nos íbamos a marchar, pero al final nos quedamos una noche más.


Calle principal y única de Bandipur


Abuelas sentadas al sol


Calle principal hacia el otro lado


Mujer porteadora en las afueras del pueblo

Y al día siguiente, llegada a Pokhara, después pisar todos los baches posibles y botar sin fin y hacer la maraca dentro del autobús. La ciudad, la parte más turista, un lago rodeado por las inmensas montañas del Himalaya. Y en una de esas montañas otra Pagoda de la Paz Mundial (ya os dijimos que había más…). Pero nuestro objetivo en Pokhara era hacer un trekking, cortito, para que nuestros “desarrollados cuerpos olímpicos” no sufrieran. Lo encontramos, guía incluido. Un 5días-4noches, pequeño, pero suficiente. Ruta: Naya Pul-Ulleri-Ghorepani-Tadapani-Ghandruk-Naya Pul. Nombres imposibles, lugares memorables.

Así que arrancamos a nuestra primera parada en un taxi que iba por una camino que exigía un todoterreno. Una hora así. Nos bajamos encantados con nuestras provisiones de energía, plátanos, cacahuetes, chocolate, pasas y almendras. Equipamiento de deportistas. Mini mochila y ropa y calzados también elegidos para la ocasión. Los dos primeros días, ascensión, ascensión y ascensión. Aguantamos (ése es el verbo) como titanes. Y en la madrugada del tercer día, el plato fuerte, subida a una colina a 3.210 m para ver el amanecer sobre el Himalaya, las montañas más altas de la Tierra, con sus Annapurnas, Dhaulagiri y varias más impronunciables. Descubrimos que nuestro equipamiento no era tan bueno como el del resto (manos y pies con principios de congelación) pero la vista lo mereció todo. Ese momento, junto con los nepalíes que nos encontramos en nuestro camino por la montañas, lo mejor del trekking.


Lago de Pokhara


Empezando el trekking


Autóctonos con su rebaño


Pueblo de las montañas


Amanecer en los Annapurnas


Marta con el frío instalado y el Himalaya detrás


Porteadores increíbles cargadísimos subiendo las montañas


Foto de estudio


Entre árboles nepalíes


El río que nos acompañó casi todo el camino

De Pokhara vuelta a Katmandú a tomar el avión que nos lleve a Bangkok, vuelta a nuestro bautismo asiático.

Nos despedimos de Nepal con muy buen sabor de boca y teniendo muy claro que la imagen que, a priori, todos tenemos de este país vive en las montañas.

Beso grande,
Bruno y Marta

domingo, 15 de noviembre de 2009

Adiós India, hola Nepal

Sí, después de más de un mes, dejamos India. Orchha, Khajuraho, Varanasi. Estas tres fueron las últimas tres ciudades que visitamos, incluyendo en medio otra parada técnica en España vía Moscú. Gran país el ruso, o al menos su aeropuerto (todo lo que nos dejaron pisar), donde nadie habla inglés, todo está indicado únicamente en ruso y sólo aceptan rublos. Eso sí, puedes comprarte una bolsa de patatas fritas con Visa.

En fin, volviendo a nuestros tres últimos descubrimientos indios, Orchha y Khajuraho no lo fueron mucho. La primera nos dejó un templo magnífico muy muy destruido por dentro por el tiempo y la segunda, las clásicas imágenes por la que es famosa: esculturas talladas en piedra que representan el Kamasutra. Por lo demás poca cosa, una camisa hecha medida… de otra persona, y unos bichos negros voladores y, a juzgar por la cantidad, híper fértiles.


Templo de Orchha


Polvos que representan a cada dios con los que se pintan el bindi


Esculturas templos de Khajuraho


Rumbo a Varanasi en categoría sleeper

Pero llegamos a Varanasi, que contra todo pronóstico, advertencias de amigos y leyendas, nos gustó mucho. El Ganges será el río más contaminado de la Tierra, o tiene que estar cerca de serlo, pero el paseo por los Ghats, los ritos funerarios, el descanso del acoso indio, el paisaje infinito del río sagrado y la decadencia de la ciudad, hicieron que Varanasi nos encantara. Y lograra que al irnos de India, nos invadiera un dejo de pena.


Río Ganges


Uno de los ghats principales de Varanasi


Vida diaria en los ghats


Ceremonia nocturna en un ghat


Por las calles de Varanasi

Con un buen recuerdo del país de Gandhi, y dejando la moral en un autobús infinito, cruzamos a pie la frontera hacia Nepal.

Noche en un pueblo fronterizo con lo que los pueblos fronterizos tienen, nada, y al día siguiente rumbo a nuestro primer destino nepalí, Lumbini. Lumbini sería un pueblo perdido si no fuera porque allí nació Siddharta Gautama, Buda. En definitiva Buda es a Lumbini lo que Dalí a Figueres. Pero volviendo al tema, allí además de ver la piedra sobre la que nació Buda mientras su madre se agarraba a un árbol de sal, se pueden encontrar una representación de los templos budistas del mundo y una (porque hay más) “pagoda de la paz mundial”.


Bruno dándole la vuelta a la rueda de oraciones


Pagoda de la Paz Mundial de Lumbini

Con esto visto, y con algunas picaduras de los macro mosquitos que allí viven, nos tomamos un bus local a la capital, Katmandú. El viaje para el olvido, pero la ciudad es realmente para el recuerdo. La zona de Thamel, los nepalíes que no saben molestar, la arquitectura newar de la Plaza Durbar, los eternos paseos por las calles, los templos en cada esquina, las stupas escondidas entre callejones, los mo:mos (la comida típica de Nepal, que nos son más que unas empanadillas iguales al dim-sum), la gente que no deja de sonreír, los cruasanes, porque acá hay cruasanes, el calor del mediodía (porque por la mañana y por la noche hace muuucho frío), las mantas gordas de la cama y el Himalaya, que intuimos pero que no terminamos de ver, hicieron de Katmandú una ciudad para quedarse 5 días.


Bus de Lumbini a Katmandú


Stupa en un patio entre las calles de Katmandú


Templo de Krishna rodeado de un mercado


Marta en Katmandú


Plaza Durbar


La plaza durbar desde el templo que da nombre a la ciudad

Entremedias mini viajes a dos pueblos cercanos. El primero Bodhnath, la zona en donde se concentran los exiliados tibetanos y en donde se puede encontrar la stupa más grande del mundo. Al caer la tarde, la comunidad comienza a dar vueltas alrededor de ella, y el día en que fuimos nosotros había además acto por la libertad del Tíbet, que coincidía con el cumple del Dalai Lama. El segundo pueblo Patan, que como pueblo no lo vimos mucho, pero tiene una Plaza Durbar increíble. Mucho más espectacular que la de Katmandú.


La stupa de Bodhnath, la más grande del mundo


Tibetanos orando mientras rodean la stupa en el sentido de las agujas del reloj


Bruno en Patan


Plaza Durbar de Patan

Y de Katmandú a nuestro destino actual, Bhaktapur. Pero eso ya es otra historia.

Beso grande,
Bruno y Marta.