miércoles, 14 de octubre de 2009

Dejando Rajastán

Para empezar a terminar nuestra ruta por el Rajastán y aún doloridos del safari en camello, cogimos otro autobús rumbo a Pushkar. Esta vez compramos billete de cama así que conseguimos evitar todo el jaleo del autobús cerrando nuestra puertita desde la parte de arriba. Así, con la ventana abierta a la calle para que entrara aire, por un lado, y la puertita aislándonos (un poco) del ruido, por otro, abrimos nuestra cena: sándwiches y pakoras de verduras y queso que nos prepararon para llevar en el hotel. El resto del viaje, dormidos. Un lujo.

Llegamos a nuestro destino a las 2:30 de la mañana y allí estaban los hoteleros cazaturistas esperándonos. Suerte que habíamos pseudo reservado por mail y fueron a recogernos. Tras unas horitas de sueño y el correspondiente desayuno en la azotea salimos a ver la ciudad.

Su principal atractivo está en su lago sagrado, que según cuentan se formó a partir de una flor de loto que lanzó Brahma, unos de los 3 dioses principales indios. Hasta ahí todo bien si no fuera porque estaba vacío. Sí, el lago se secó. Nos dieron varias posibles explicaciones que se contradecían ligeramente entre sí, así que nos quedamos con la que dice que alguien envenenó a los peces y hubo que limpiar el lago, así que drenaron el agua y como casi no ha habido monzón, se quedó vacío. Una historia muy propia de los cuentos indios. El segundo atractivo es que ahí está uno de los dos únicos templos de la India dedicados a Brahma, y el de sus dos esposas (uno en cada punta), una de las cuales, Savitri, le castigó, por casarse con la otra, a ser honrado sólo en esta ciudad. Como había que elegir por la distancia, subimos al de Savitri. Una pendiente muy vertical con todo el calor cayendo encima. Una vez arriba, una imagen de la diosa algo injusta y unos luminosos detrás. Lo mejor, la vista y que mientras buscábamos el templo encontramos un encantador de serpientes con su cobra bailarina (eso sí, bastante amaestrada).

Tras la visita cultural, paseos, muchos, por el bazar ¡¡¡Qué lugares tan fantásticos los mercados!!! Por encontrar, encontramos hasta un par de puestitos donde preparaban falafel…mmm…¡cuánto tiempo!. “Ponme dos, por favor”. Con todo esto y sin poder coincidir con la feria de camellos (auténtico reclamo y espectáculo de Pushkar) por faltar un mes para la misma, nos fuimos en otro autobús a Jaipur.


Vista de la ciudad desde el templo de Savitri


El lago sin agua (y con obras)


Salseando en el bazar


Mujeres comprando

Jaipur, también llamada, la ciudad rosada. Teníamos muchas esperanzas puestas en ella, para qué mentir. Pensábamos encontrarnos con un lugar de cuento mágico, pero no fue así. El ruido, el tráfico y la eterna insistencia india nos afearon el cuento. Además, el rosa no era tan intenso como habíamos imaginado. Pero para ser justos diremos que todo lo que queda dentro de los muros es digno de ver y muy entretenido, principalmente el palacio de las mujeres para observar el exterior, el observatorio astronómico, pero sobre todo los infinitos bazares, uno detrás de otro, llenos de todo tipo de cosas. Nosotros nos centramos en una cosa y la conseguimos: encontrar un máquina de coser antigua, una singer de toda la vida con su motor y su pedal. Felices!



Hawal Mahal, el palacio para que observaran las mujeres


Vista del palacio principal


Observatorio de astronomía


Tiendas de fuegos artificiales para la fiesta de Diwali


El tráfico de Jaipur


El transporte más utilizado


Vendiendo lo que sea

Más allá de las murallas, nos quedamos con el impresionante fuerte de la ciudad y de fuera de Jaipur, con el fuerte de la ciudad de Amber, a pocos kilómetros, por su inmensidad y por sus elefantes, aunque el calor hace que no vivan en las mejores condiciones.


Fuerte de Amber


Elefentes en Amber

Por supuesto, para recordar, el cine. Una entrada con aspecto de tarta de fresa y merengue y una sala a la altura de la anterior fueron el marco para ver una película de Bollywood en India. Todo un espectáculo, no sólo por la película sino por los espectadores, que vitoreaban a los actores protagonistas y se encendían con los momentos más intensos. La historia, sencilla y divertida con el cricket, del que nos hemos hecho fans, como hilo conductor. Detalles sobre lo que decían, imposible contarlos, el hindi por el momento no es una lengua que dominemos.



El cartel


Hall de entrada


Patio de butacas


La película

Así que, con la alegría en el cuerpo, nos volvimos a nuestro maravilloso hostalito, Sundeer Palace, que, aunque no es el “Alogarcía” de Buenos Aires, es el mejor en el que hemos estado en todo el viaje por el subcontinente. Allí pasamos la última noche en una cama antes de emprender un largo camino a Orchha, lejos ya del Rajastán.

Beso grande,
Bruno y Marta

viernes, 2 de octubre de 2009

El chico de las 5 rupias

Mantener el propósito que hicimos en el anterior post no resulta tan fácil como creíamos, pero un intento de ser fieles a nosotros mismos vamos a seguir intentándolo. Así que empezamos con una historia bonita que desde que pasó, nos viene dando fuerza, en esta zona de turismo duro. Eso sí, para ello vamos a saltarnos el orden cronológico en el que hemos visitado las diferentes ciudades, pero ése, creemos, es un detalle menor…

Hace aproximadamente 6 días dejamos nuestro hotel de Jodhpur a las 10 de la noche para coger un tren rumbo a Jaisalmer, una ciudad más al oeste del Rajastán y cercana a la frontera con Pakistán. Habíamos pasado dos noches en aquella ciudad, con un fuerte espectacular lleno de historias y totalmente imperdible, un bazar enorme en el que encontrar de todo, dos palacios reales y… varios momentos que calificaremos como desagradables. La verdad es que hasta ese momento veníamos algo dudosos respecto al país, principalmente por los hábitos y conductas de los locales, pero en Jodhpur llegamos al límite y nos planteamos un abandono definitivo de India. El fuerte conquistó una parte importante de nosotros, pero lo que realmente nos ganó fue un indio de no más de 25 años. Volviendo al relato, íbamos camino a la estación de tren en un autorickshaw, cuyo precio cerramos a base de un insistente regateo (aquí no puede ser de otra forma) y al llegar, no teníamos cambio. La vuelta era una cantidad mínima, pero revueltos como estábamos decidimos buscar cambio (el señor conductor ni inmutarse, está claro que se quedan con la vuelta). Un par de personas a las que pedimos nos dijeron que no tenían (ni amago de buscar) y un chico que estaba comiendo algo en un puestito nos preguntó qué necesitábamos, le contestamos y acto seguido nos dio la monedita que faltaba para hacer el precio exacto. No nos dio cambio si no las rupias que redondeaban el coste del trayecto. Miró nuestra cara de sorpresa y nos dijo “Just remember me”. Desde ese día, todo lo bueno del pueblo indio lo encarna aquel chico, del que inevitablemente siempre nos acordaremos. Y desde hace más o menos una semana, cuando el agobio se hace mayúsculo, volvemos a ese momento, volvemos al chico de las 5 rupias.


Vista del fuerte desde la terraza del hotel


Interior del fuerte de Jodhpur


Bazar de Jodhpur


Torre del reloj de Jodhpur


De compras por el bazar

Para repasar todo lo que nos hemos atrasado estos días os resumimos la ruta: De Chittorgarh a Udaipur-Mount Abu-Jodhpur-Jaisalmer-Desierto de Thar.

Udaipur, hasta el momento es una de nuestras ciudades favoritas del Rajastán, por su paisaje deslumbrante, su vida, su templo a Krishna (encajado al milímetro), sus azoteas-restaurante de vistas infinitas (las primeras de nuestro recorrido), sus tienditas, nuestro recepcionista (el hermano indio de Adrien Brody), esa campanita diaria que acompaña a las ofrendas y por las danzas tributo a la diosa Parvati (esposa de Shiva) que vimos por primea vez allí y después en otras ciudades.


Calle de Udaipur desde una terraza


Templo para honrar a Kishna


Udaipur desde la otra orilla del lago



Un elefante, una vaca, un perro y un indio paseando por Udaipur


Bruno haciéndose un corte indio


Danzas para honrar a la diosa Parvati, mujer de Shiva

La siguiente parada, Mount Abu o el Levante rajastaní, la ciudad de veraneo de los indios de esta zona. Su único atractivo es el lago en el que se puede pasear en un pedaló con forma de cisne(sí, a la mayoría de vosotros os hubiera encantado) y lo que para nosotros es el rey de la comida india y que descubrimos allí, el thaliiiiiiii!!!!! El invento en resumen es éste: un plato de metal grande (que se llama thali) con varios platitos dentro en los que te ponen diferentes curries, te sirven arroz, famosas, pakoras, algo dulce y pan chapati, y según se te va acabando te van sacando más. No tiene fin, te sirven y te sirven hasta que ya no puedes más. Un montón de sabores, lenteja, guisante, pimiento, tomate, curry, ajo, cebolla… que vas envolviendo en tu chapati. Eso sí, sin cubiertos y con una sola mano. Un arte! Y poca cosa más, además de nuevas danzas a Parvati, la ciudad nos dejó bastante fríos así que pusimos rumbo a Jodhpur. Viajamos en un autobús asfixiante en lo que fue un viaje del infierno por muchos motivos pero sobre todo por su duración, 300 km en 10 horas.


Vista del lago, pena que no se vea el cisne


Dos thalis


Puesto de zapatos en el bazar

Tras un par de días en Jodhpur (perdón por habernos saltado el orden antes!!) nos fuimos a Jaisalmer en nuestro querido tren-litera nocturno. Como unos reyes, si no fuera porque llevábamos la ventana abierta al pasar por el desierto de Thar. Muy bien pensado por nuestra parte, la nuestra era la única y logramos llenar todo el vagón de arena, haciéndolo así irrespirable. Cuatro y media de la mañana, llegada a la estación y asalto literal de todos los hoteleros de la ciudad. Terminamos recurriendo a “la parte contratante de la primera parte es igual a la parte contratante de la primera parte”, a ver si a base de repetirlo se iban. Y funcionó…un poco. Finalmente, nos decidimos por uno de los transportes y nos llevó a su hotel, del que ya nos habíamos informado en la guía. Al principio resultó algo decepcionante pero por la mañana, después de descansar, lo vimos con mejores ojos y nos lo quedamos. Fue nuestra base para los 2 días que pasamos allí.

La ciudad cuenta con otro fuerte, en este caso uno que parece un castillo de arena playero, pero lo mejor de ella fue llegar el momento adecuado, exactamente el único día del año en que el maharajá de Jaisalmer, llega con su comitiva de caballos, camellos y nobles de la ciudad, y se sienta en el trono exterior del palacio. Grande! El día siguiente lo pasamos entre el bazar, triunfando menos que más, otro magnífico thali, gestiones varias y preparativos para la turistada del día siguiente: safari de camellos con noche en el desierto.


El castillo de arena de Jaisalmer


Parte del séquito del maharajá


Maharajá y nobles

6 turistas, 4 guías y 8 camellos, acompañados de un calor infinito, agua mineral a 98℃ , cacerolas, mantas (para mantel y colchón, las mismas) y dolor de culo y partes varias. Todo amenizado por una refrescante noche con dunas, canciones locales y estrellas, muchas estrellas. Recomendable una vez, irrepetible dos.


Bruno sobre su camello Lalu


Marta sobre nano camello Kalhu


Todos


Poniéndose el sol en las dunas


Camas, mantas y manteles.

Como dicen por aquí los turistas “India te cautiva para siempre o te horroriza y sales corriendo”. En nuestro caso, también te puedes quedar en medio.

Beso grande,
Bruno y Marta

PD: Y un beso muy gigante para un sol sin el que nuestras vidas no serían para nada iguales. Muchas gracias, Mery!!!