Myanmar tiene frontera con Laos, China, Tailandia, Bangladesh e India, pero como gobierna una dictadura desde hace más de cuarenta años, está aislado del mundo. Todo es muy diferente, empezando por la raza de sus habitantes, indias con punto rojo en la frente se mezclan con mujeres de ojos chinos, con otras de rasgos bamar, con otras de etnias que no conocemos el nombre… y todas con la cara igualmente maquillada de amarillo; siguiendo porque la gran mayoría de los hombres no usa pantalones; porque el 90% de los autos tienen el volante a la inglesa pero se conduce a la americana; y porque no hay ni un solo cajero automático en todo el país (dos empleadas de banco no saben lo que son y según una tercera, todavía no llegaron).
Todo sorprende en Myanmar desde que se pisa Yangon, la capital más parecida a un pueblo que jamás hayamos visto. Con sus edificios bajos, todos; aceras casi inexistentes o colapsadas por todo tipo de vendedores ambulantes, bicicletas aparcadas, o gente tomando el aire fresco; buses de hace cincuenta años que no superan los 20 kilómetros por hora; y ritmo de pueblo, porque el sol atrasa media hora con respecto al continente, pero la prisa atrasa años, décadas.
En el centro de la ciudad se encuentra una pagoda encajada, la Sule Paya, techo de las tiendas más variopintas y punto de referencia para ir y venir por la ciudad. A su alrededor el barrio indio, donde cientos de hombres de tez oscura vestidos con el típico longyi birmano (falda a cuadros), conviven con otros vestidos con túnicas árabes, junto a tres mezquitas, un templo hinduista y una sinagoga. Un poco más alejada se encuentra la Shwedagon Paya, la gran pagoda de oro ciudad cuya belleza alcanza su punto máximo al atardecer, nos conformamos con ver su impresionante stupa desde la ventana del hotel, y dejamos el paseo por Yangon para los últimos días en el país.
Sule Paya
Swedangon Pagoda
Por las calles de la capital
La Swedangon desde la ventana de nuestra habitación
Una de las calles principales
Bar del centro
De ahí nos marchamos al norte, a Mandalay. Otro pueblo con aires de ciudad como la capital, de hecho lo fue durante unos años. Un palacio rodeado por un gran foso ocupa casi todo el plano, pero sin duda es lo que menos merece la pena. Un conjunto de “edificaciones” de madera recientemente mal restauradas, hacen las veces de salones de un palacio inimaginable. Para entrar a verlo tuvimos que hacer nuestro primer aporte grande al gobierno de este país, 20 dólares, que además de haber sido mirados con lupa, fueron los causantes de nuestro primer replanteamiento sobre la realidad del país.
El asunto político es una tema muy grande que habría que tratar en profundidad (y posiblemente en un post posterior), por eso, aquí como el resto de las ciudades, les contaremos lo que vimos y vivimos sin más detalle que pequeñas pinceladas de la situación sociopolítica.
En una de las esquina al exterior del complejo del palacio se alza la colina de Mandalay, coronada por un buda que con el brazo extendido señala el palacio. La historia cuenta que buda profetizó, en una visita a estas tierras, que varios siglos después esta sería la ciudad principal del país. Al llegar el año señalado, como había dicho buda, el rey de turno trasladó la capital a Mandalay, e hizo eregir una gran figura del iluminado para celebrar su acierto. El camino hasta la estatua está constituido por infinitas escaleras que se deben subir descalzo y la recompensa, sin contar los kilos de suciedad acumulados en los pies, es una vista estupenda de la ciudad desde lo alto.
Escaleras eternas
Buda apuntando el lugar señalado
Bus urbano
Tráfico en la avenida
Como habíamos comprado el ticket turístico, decidimos sacarle todo el partido. Visitas a varias stupas, monasterios… pero para no aburrir contamos nuestros favoritos: El Shwenandaw Kyaung, un monasterio de teca de más de 200 años que se mantiene casi perfecto y es una belleza; la Kuthodaw Paya, conocida como el libro más grande del mundo, gracias a su placas con inscripciones que cuentan el Tripitaka y que se tarda 4 meses en leer íntegramente; la visita al pueblo de Amarapura con su puente de U Bein, un puente de teca de 1,2 kilómetros, el más largo del mundo; y algo fuera de ticket, pero de lo mejor del lugar, las tres vistas al puesto callejero de chapatis con sus curries y dhales increíbles.
Stupas de un templo y parte de la colina detrás
Mujeres rezando
El templo de teca
Leyendo otro libro en el libro más grande del mundo
Birmanas cruzando el puente de U Bein
Más de un kilómetro de puente
Dos chapatis, dos dhales y una salsa bastante picante
Cansados y bien comidos nos fuimos en bus nocturno hacia el lago Inle. Un viaje un poco largo, con vómito de algún compañero de viaje incluido, pero bastante llevadero. A las 5 de la mañana nos dejaron en una ruta, la intersección que nos llevaba al pueblo en que nos íbamos a alojar, y un rato después nos tomamos una camionetita con una ucraniana muy rara y sus tres hijas. Esta mujer, muy maja por cierto, es para un post aparte, pero lo dejaremos en que aún creemos que acababa de escarparse de su marido llevándose todos los ahorros familiares.
El lago es un lugar anclado en el tiempo, con sus pescadores pescando con red, sus mujeres haciendo todo tipo de artesanía (cigarros, papel, hilados, joyas de plata y piedras semipreciosas…), sus templos sobre el agua, sus huertas de tomate y sus minorías étnicas. Una especie de Venecia en versión primitiva, pero igual de decadente. Espectáculo.
Pueblo sobre pilotes
Nuestra barcaza
Técnica de remo con el pie
Artesana hilandera
Pescando al estilo birmano
Pagodita sobre el lago
El Rialto birmano
Sabíamos que no muy lejos había unas cuevas con budas, y que lo mejor era hospedarse en un pueblo que queda a unos 45 kilómetros, así que montados en una camioneta con locales, nos fuimos hacia allí. Kalaw.
Dos intentos de llegar a Pindaya, el pueblo de las cuevas, dos fracasos. El primero por nuestra tardanza en despertarnos, y el segundo porque así es Myanmar, era imposible volver a Kalaw ya que el transporte de vuelta se acaba antes de las 12 del mediodía. Lo bueno, es que conocimos las piedras, un dulce riquísimo que se vende sólo en un salón de té de ahí.
Etnia pao
Todo vale para atravesar Myanmar
Lo del medio, cuadrado, marrón y amarillo y que está buenísimo es una "piedra"
Monjas recibiendo ofrendas
Decepcionados subimos a una cacharra ruinosa con forma de autobús, que en 7 horas nos dejó en Bagan. Nuestros espíritu y buen humor se habían bajado muchas horas antes. En el camino, niños y niñas construyendo la carretera sólo con sus manos, paisajes parecidos a la sabana africana con sus chozas de paja, todos los baches que puedan imaginar, polvo y un plato de arroz con pollo y una mosca frita.
Es difícil describir Bagan en su magnitud, pero aquí van algunos datos. Más de 4400 templos budistas en una extensión del tamaño de Manhattan, construidos durante 230 años, de 10 siglos. Impresionante. Así que bici, selección de los principales y a pedalear. Se pueden pasar días, muchos, recorriendo estos templos, pero nosotros, ya con el tiempo justo, nos quedamos con lo fundamental. Tal vez sea por aislamiento del país, tal vez por motivos arquitectónicos, o algún otro motivo que se nos escape, Angkor (en Camboya) es infinitamente más conocido que Bagan, pero este último está mucho mejor conservado y a nosotros, en definitiva, nos ha gustado muchísimo más.
Templo de Bagan
Panorámica de templos del complejo
Bicicleteando por Bagan
Tránsito rodado de la zona
De Bagan a Bago, que más allá de la similitud del nombre no tienen nada que ver. Se trata de un pueblito, bastante animado, que conserva algunas joyas del país. Las principales para nosotros son tres: el Buda reclinado más grande del mundo, de unas dimensiones titánicas (ver foto); cuatro Budas dispuestos espalda contra espalda, también de un tamaño descomunal; y la pagoda de la ciudad, visible desde casi todas partes, con una stupa de 114 metros de altura y una historia interminable de derrumbes y reconstrucciones. En Bago todo es grande menos el pueblo.
Dos de los cuatro Budas
En el mercado de Bago
Buda reclinado más grande del mundo
La pagoda principal
Pensábamos seguir hacia el sur, pero problemas con los teléfonos e Internet (todo casi inexistente acá) nos obligaron a cambiar de planes. Vuelta a Yangon. Íbamos a recorrer la ciudad con calma y dar terminado el periplo por este país, pero fuimos a cambiar dinero. Nos ofrecieron un cambio bastante alto, y como era obvio, había truco. Nos timaron! 25 dólares que no íbamos a dar por perdidos. Mientras pensábamos en lo boludos que habíamos sido nos encontramos cara a cara con el timador. La ira y la osadía hicieron que lo agarráramos de la solapa de la camisa y, mientras le decíamos que nos devolviera el dinero, lo lleváramos por la calle haciéndole pasar una vergüenza tal que decidió darnos todo lo que nos había robado. Conclusión, nada de recorrer Yangon, mejor nos vamos antes de que nos maten.
Por último, escapándonos de la capital, hicimos parada en un pueblo innombrable, famoso por su Roca Dorada. En lo alto de una montaña hace equilibrio una roca pintada de color oro que, según cuenta la historia, permanece sin caerse por un mechón de pelo de Buda colocado estratégicamente. Según nosotros, tienen que haberla pegado de alguna forma, tiene que haber truco. Sea como sea, con semejante historia, se ha convertido en una de las zonas de peregrinación más importantes de Myanmar. Y allí fuimos. Entre subir andando cuatro horas o ir por atajo, elegimos la segunda, como casi todo el mundo. Pero a qué precio! Qué transporte! Camiones de carga “adaptados” para personas, es decir, maderas colocadas cual bancos en las que apiñar gente y más gente. Y una vez ajustados en la madera (que no sentados sobre ella), tobogán de asfalto y baches. Una fiesta. Superado el trance, una hora de caminata empinada y al llegar arriba, pies descalzos sobre el mármol recalentado todo el día al sol. No se nos puede negar, somos unos peregrinos en toda regla, con sufrimiento incluido.
La Roda Dorada en equilibrio
Furgoneta "adaptada" y muy cómoda
Porteadores trasladando gente
Peregrinos iniciando la subida hacia la Roca Dorada
Tras esta experiencia religiosa, vuelta a un hotel de Yangon alejado del centro y final de nuestra estancia en este país.
Pero Myanmar es mucho más de lo que aquí hemos contado, es un mundo aparte que no tiene nada que ver con el nuestro, un mundo que nos ha generado muchos sentimientos encontrados y que compartiremos en forma de reflexiones en un próximo post. Todavía estamos digiriéndolo.
Besos grandes,
Bruno y Marta