jueves, 26 de noviembre de 2009

El valle de Katmandú y Pokhara

Siguiendo recomendación y también nuestro instinto llegamos a Bhaktapur. Ninguno de los dos falló. Es una ciudad más pequeña que la capital nepalesa y por tanto más manejable, pero que además guarda un montón de encantos. Nos alojamos al lado de una de las plazas principales en la que se encuentra el templo newar más alto de Katmandú. Una joya en sí misma que mejoró incluso más por la noche cuando la iluminaron únicamente con velas. Teniendo en cuenta que en Nepal la electricidad brilla por su ausencia entre las 7 y las 9 de la noche, la visión era espectacular.

Recorrimos toda la ciudad, todos los callejones, templos, la plaza de los alfareros (lástima que no los encontramos trabajando) y cómo no, la plaza Durbar. En realidad es imposible utilizar palabras para explicar lo que hay en esas plazas. Las fotos tampoco les hacen justicia. El tiempo y la precisión que exige cada puerta, cada estatua, cada ventana tallada en madera con mil y un ornamentos, cada altar, cada columna, los variadísimos materiales que se emplean, y todo acabado con una perfección de maestro… no se puede contar lo suficientemente bien para que se aprecie. Las fotos que aquí dejamos son sólo una referencia.

La segunda noche que pasamos allí además coincidió con que había, lo que podríamos llamar “una muestra de folclore autóctono”, que en realidad era una turistada. Lo mejor de la “muestra”, la presencia de la Kumari. Es una niña-diosa. Hay una en todas las ciudades del valle y la eligen según 35 criterios físicos y 2 pruebas más posteriores. La adoran hasta su pubertad, cuando debe abandonar el palacio con su dote bajo el brazo y buscan una nueva. Es una diosa de carne y hueso. La de Bhaktapur parecía tener una edad considerable (y muchas tablas con los turistas), pero bueno...


El templo newar más alto del valle


Plaza Durbar de Bhaktapur


Señor nepalí


La Kumari

Así, con una sonrisa pintada, nos fuimos a dormir y al día siguiente arrancamos hacia Dhulikel. ¿Y por qué allí? De Bhaktapur a Dhulikel en busca de la ansiada visión del Himalaya. Sí. Volvimos a la calle donde nos había dejado el autobús al llegar y esperamos uno que fuera a nuestro destino. Y llegó. Pero no podía caber más gente dentro. Y como a grandes males, grandes soluciones, viajamos a la nepalesa, en la baca del bus. Unos 40 minutos de trayecto entre colinas y arrozales con el viento soplando de frente. Un gustazo. Lo mejor de Dhulikel junto con las vistas de las montañas, aunque un poco estropeadas por las nubes perpetuas.


Tráfico en el valle desde la baca del bus


Bruno encantado en la baca de nuestro bus


Atardecer en Dhulikel mirando al Himalaya

Desde allí, vuelta a Katmandú a equiparnos para la montaña, con bastante poco éxito, la verdad. Y de ahí, a Pokhara, eso sí, haciendo una parada en un pueblito a medio camino. Tras un viaje dudosamente cómodo y claramente arriesgado, alargado por un accidente ajeno que detuvo el tráfico hora y media, y después de un traslado un jeep sobrecargado de personas y objetos, llegamos en plena noche a Bandipur. Las 9 de la noche nepalíes equivalen a las 4 de la mañana españolas-argentinas. La nada, el silencio, la oscuridad (las farolas no son tan fáciles de encontrar). Conseguimos alojarnos. Por la mañana, una villa estilo medieval nepalí, una calle con gente pasando, el calor del sol después de la ducha fría, hombres y mujeres cargando, porteando, niños yendo a la escuela, valles y bancales de arroz a los dos lados del pueblo, a lo lejos otra vez el Himalaya (siempre con las nubes), los chavales jugando al Karanbord, una especie de billar con fichas, abuelas que fuman sentadas todo el día al sol, cocineros sin prisa (2 platos de noodles, 2 horas de espera). No sabemos por qué, este pueblo nos gana. Nos íbamos a marchar, pero al final nos quedamos una noche más.


Calle principal y única de Bandipur


Abuelas sentadas al sol


Calle principal hacia el otro lado


Mujer porteadora en las afueras del pueblo

Y al día siguiente, llegada a Pokhara, después pisar todos los baches posibles y botar sin fin y hacer la maraca dentro del autobús. La ciudad, la parte más turista, un lago rodeado por las inmensas montañas del Himalaya. Y en una de esas montañas otra Pagoda de la Paz Mundial (ya os dijimos que había más…). Pero nuestro objetivo en Pokhara era hacer un trekking, cortito, para que nuestros “desarrollados cuerpos olímpicos” no sufrieran. Lo encontramos, guía incluido. Un 5días-4noches, pequeño, pero suficiente. Ruta: Naya Pul-Ulleri-Ghorepani-Tadapani-Ghandruk-Naya Pul. Nombres imposibles, lugares memorables.

Así que arrancamos a nuestra primera parada en un taxi que iba por una camino que exigía un todoterreno. Una hora así. Nos bajamos encantados con nuestras provisiones de energía, plátanos, cacahuetes, chocolate, pasas y almendras. Equipamiento de deportistas. Mini mochila y ropa y calzados también elegidos para la ocasión. Los dos primeros días, ascensión, ascensión y ascensión. Aguantamos (ése es el verbo) como titanes. Y en la madrugada del tercer día, el plato fuerte, subida a una colina a 3.210 m para ver el amanecer sobre el Himalaya, las montañas más altas de la Tierra, con sus Annapurnas, Dhaulagiri y varias más impronunciables. Descubrimos que nuestro equipamiento no era tan bueno como el del resto (manos y pies con principios de congelación) pero la vista lo mereció todo. Ese momento, junto con los nepalíes que nos encontramos en nuestro camino por la montañas, lo mejor del trekking.


Lago de Pokhara


Empezando el trekking


Autóctonos con su rebaño


Pueblo de las montañas


Amanecer en los Annapurnas


Marta con el frío instalado y el Himalaya detrás


Porteadores increíbles cargadísimos subiendo las montañas


Foto de estudio


Entre árboles nepalíes


El río que nos acompañó casi todo el camino

De Pokhara vuelta a Katmandú a tomar el avión que nos lleve a Bangkok, vuelta a nuestro bautismo asiático.

Nos despedimos de Nepal con muy buen sabor de boca y teniendo muy claro que la imagen que, a priori, todos tenemos de este país vive en las montañas.

Beso grande,
Bruno y Marta

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