sábado, 12 de septiembre de 2009

Sulawesi

Y llegamos a Makassar, la capital de la isla Sulawesi.

Contentos porque por una vez habíamos sido previsores y teníamos hotel reservado, con lo que nos evitábamos el trago y agotamiento de empezar con la búsqueda. Y más nos alegramos de tener hotel, a pesar de sus personajes siniestros y de ser la castaña que era, cuando vimos la ciudad. Caos, suciedad y nada. Aunque lo cierto es que no todo fue malo. El olor a mar que inundaba la ciudad presagiaba el festín que nos íbamos a dar antes de ir a dormir. Tres suculentos pescados, que eran peces sólo una hora antes; una ración de langostinos frescos hechos como el pescado, a la parrilla; abundante arroz y variadas salsas. Lo más increíble no es que una vez más fuéramos sin cámara, sino el precio ridículo que pagamos.


Calle de Makassar

Al día siguiente vuelta por la ciudad buscando su único punto de interés, un fuerte holandés que no encontramos, y un paseo bajo un sol abrasador por el malecón. Todo para hacer tiempo hasta coger el autobús camino a Rantepao.

8 horas de un bus nocturno con asientos amplios, aire acondicionado, tres personas durmiendo en el suelo y uno en el maletero. Una noche larga. A las 7 de la mañana llegamos a nuestro destino. Rantepao es la ciudad ideal para recorrer todo Tana Toraja, una región montañosa con unos paisajes llenos de magia y de enormes y bellísimos búfalos.

En esta parte de Indonesia, como en el resto del país, la tierra es muy fértil y da todo lo que puede necesitar el hombre. Así, los cultivos de arroz, alimento base en la cocina Indonesia, lo inundan todo. Cada pueblo, cada casa, tiene sus campos llenos de este grano fundamental en su dieta. Es habitual ver tanto a hombres, como a mujeres e incluso niños, que pronto dejarán de serlo, sembrándolo, recogiéndolo o secándolo al borde de la carretera. En familia, en comunidad. Pero algo destaca en el paisaje y se distingue entre los arrozales. Por un lado, la arquitectura, con la que los torajas retan a la gravedad ya que construyen sus casas elevadas a varios metros del suelo con techos curvados hacia arriba, no se sabe si emulando los cuernos de los búfalos o los cascos de los barcos en los que supuestamente llegaron sus antepasados a la isla. Y por otro, los homenajes y los recuerdos que este pueblo rinde a sus difuntos. Los Tau-Tau, tallas de madera que representan a los muertos, y las tumbas colgantes se pueden encontrar por toda la zona. El resultado es un entorno sobrecogedor e irrepetible, sólo superable por los rituales funerarios que se realizan todos los veranos. Y claro, allí fuimos.


Pueblo Toraja


Cosechando arroz


Marta delante de unos graneros toraja, iguales a la casas, pero más pequeños


Búfalo


Tumbas y Tau Tau


Tallas de madera (Tau Tau)

Llegar a una ceremonia por cuenta propia no es nada fácil cuando la ciudad vive del turismo y se cuidan de dar más información de la necesaria. Pero con una moto, astucia y la suerte de encontrarse con la persona indicada, todo es posible. Así llegamos a Rantealo el primer día de un rito funerario (según el estatus del difunto pueden durar 1, 4, ó 7 días). Estábamos dando vueltas por la puerta del pueblo hasta que Andys, un sobrino del fallecido, nos invitó a entrar. A entrar y ser testigos destacados de la ceremonia, porque sin darnos cuenta terminamos comiendo, con la mano y a las 12 de la mañana, arroz y cerdo junto al jefe del pueblo y a escasos 3 metros del durmiente. Para ellos una persona no muere hasta que se sacrifica a sus búfalos, hasta entonces sólo está en casa durmiendo, enfermo.
Como manda el ritual, se rezó, se comió y se honró al difunto con canciones en corro a su alrededor, para después llevarlo a dar la última vuelta por las afueras del pueblo. En la última parte del paseo una pequeña manada de 5 búfalos se unió a la procesión y acompañó al cuerpo hasta la entrada del pueblo. Una vez allí, y con una destreza insólita, colocaron el cajón en el pedestal más alto de Rantealo. A continuación sacrificaron a un pequeño búfalo, al que 6 hombres, armados con cuchillos y hachas, desarmaron íntegramente mientras se recibían las ofrendas de vecinos y familiares de los pueblos cercanos. Es decir, en menos de 20 minutos.
Nosotros nos fuimos antes de que se largara una tormenta imposible y ellos echaron la carne recién cortada al fuego. Menú del día siguiente, búfalo con arroz.


Andy, el cuencazo de arroz, un poco de vino de palma y el jefe del pueblo


Decorando el cajón del durmiente


Las mujeres del pueblo repartiendo comida entre los presentes


Grupo de mujeres haciendo música con troncos


Familiares y amigos cantando alrededor del difunto


Búfalos recién bañados para acompañar al cortejo


Jóvenes vestidos de gala tradicional


Llevando al cajón hasta el altar en la puerta del pueblo


El cajón en el lugar en que pasará los próximos 4 días

Después de nuestra segunda experiencia con la muerte, nos fuimos de Rantepao rumbo a Pantai Bira en busca de relax y playa blanca.

Pantai Bira debe haber vivido épocas mucho mejores. Hoy por hoy es una playa de arena ultra fina, mar azul turquesa con un fondo complicado de pisar y calma, demasiada calma. Lo más destacado el Salassa Guesthouse, nuestro hotelito de tres euros por noche y su pequeño gran restaurante. Imperdible el pueblito vecino en que se construyen, a mano y sólo con una sierra como única herramienta, barcos de diferentes tamaños.


Restaurante del hotelito de Pantai Bira


Mar de Pantai Bira


Barcos en plena construcción

Relajados y un poco más bronceados, pusimos rumbo a Makassar. Tocaba un largo viaje de vuelta a España.

Beso grande!
Bruno y Marta

No hay comentarios:

Publicar un comentario