lunes, 31 de agosto de 2009

Crema

Pues como os contamos la última vez, fuimos a Bali, de vuelta a Ubud. 4 días y como en casa. No conseguimos exactamente el hotel que queríamos, tuvimos que conformarnos con el de al lado, pero manteniendo lo justo para cubrir necesidades básicas, casita con terraza, agua caliente, desayuno completo (té o café, ensalada de frutas y tostadas con mermelada) y piscina. Pena que no tenía wifi… Es para lo que dan 13 euros!!

Pero bueno, para ser ordenados, mejor seguimos donde lo dejamos. Lombok. Cogimos un ferry infinito -5 horas para hacer 25 Km, menos mal que tenía terraza y tumbonas- hacia Padangbai, el puerto de entrada a Bali por el este. Decidimos quedarnos una noche allí para visitar lo que teníamos pendiente, concretamente el Pura Besakih, el templo más importante para los balineses. Así que por la mañana temprano alquilamos moto y cada uno con nuestro sarong (pañuelo-falda) recién adquirido pusimos rumbo al Pura. Un camino escarpado e imposible fue lo primero que encontramos. Un templo increíble con unas vistas inabarcables y preciosas, lo segundo. Un éxito indiscutible, con reconocimiento local del sarong de Bruno, lo tercero. ¡Mereció la pena hacer noche en la ciudad portuaria! Dejaremos sin comentar, para explayarnos en futuros post, el incidente-rebelión de Marta con el bemo, su conductor, los horarios y el regateo. Es que ya viven con calma aquí, eh!



De ahí, a nuestro querido Ubud. Esta vez los días fueron mucho más agitados que cuando estuvimos a primeros de mes. Empezamos por lo que la lonelyplanet, pelín desactualizada por cierto, llama “alrededores de Ubud”. La mayoría de lo que hay por aquí son pueblos con artesanos y artistas. El resultado son carreteras eternas de esculturas gigantes de Ganesha, Buda, elefantes, jarrones, fuentes de agua y cuadros, cuadros y más cuadros. En ausencia de casa, no mirábamos mucho para nosotros, pero un par de regalitos pendientes nos llevaron a una búsqueda sin recompensa. El resto de los pueblos, los que no tienen ni artesanos ni artistas, reciben visitas por sus templos, sus cuevas con estatuas hinduistas, o por sus balineses bidentados, pero hermosos, que reciben a los turistas y juegan a las fotos por una “voluntaria y pequeña” donación (veáse entrañable señora con Bruno).



El segundo día fuimos a Gianyar, la capital de la provincia en al que se encuentra Ubud, a ver lo que terminaría siendo una de la experiencias más impactante, sorprendente, emocionante y todos los adjetivos imaginables, de todo el viaje. Una cremación. Un acontecimiento que sucede cada 10 años, no tenemos muy claro porqué. Intentar contarlo desde la distancia de los días es perder más de la mitad de las sensaciones en el camino, pero lo intentaremos (de última el video y las fotos nos ayudarán un poco). Llegamos temprano y nos encontramos con una calle llena de hombres vestidos de regionales, mientras las mujeres terminaban sus ofrendas en otra calle. No sabíamos muy bien cómo comportarnos, y comenzamos a caminar por la calle hasta que unos hombres nos invitaron a entrar a una “casa o templo” en el que estaban los restos del difunto. Un grupo de personas lo lavaban, o algo que por suerte no se llegaba a ver, mientras cantaban y sonaba gamelan en la puerta. Después de un rato todo el mundo salió a la calle y nosotros con ellos. Nos quedamos escuchando la música como unos balineses más, hasta que nos explicaron que recién dos horas después se iba al cementerio. A la hora señalada nos acercamos al lugar y comenzó la locura más grande que podíamos esperar. En un carro-altar hecho por ellos, del que colgaban dos gallos vivos, una foto del muerto cuando era joven y dos sombrillas, pusieron el cajón, lo ataron con unas cintas blanca y dos hombres se sentaron encima. Hasta ahí raro, pero al comenzar a sonar la música frenética de un gamelan portátil, aproximadamente 20 hombres se cargaron el carro-altar al hombro, cual cofrades, y empezaron a correr como posesos por calle. Delante de ellos las mujeres llevaban las ofrendas sobre sus cabezas. Los hombres corrían, giraban y agitaban la plataforma mientras avanzaban hacia el lugar de la cremación. Nosotros atrás, en procesión. Las emociones que sentimos son indescriptibles, entre alegría, incredulidad, sorpresa y algo de horror, con risas y lágrimas. Una nueva visón de la muerte, el luto, el homenaje y el respeto. Intensidad total. Todo era una fiesta, la gente reía, algunos tiraban cubazos de agua a nuestro paso y la banda de música tocando sin cesar. Cuando llegamos a las puertas del cementerio nos encontramos con dos piras a punto de extinguirse y a un toro de madera y papel esperando a nuestro cortejo. Los que estaban sentados arriba tiraron a los gallos y un poco de dinero al aire, todos se arremolinaron tratando de agarrar algo, y bajaron el cajón de su pedestal. Dieron dos vueltas alrededor del toro, sacaron el cuerpo y lo metieron dentro del animal junto con las ofrendas que llevaban las mujeres. Unos segundos después prendieron fuego al toro y con él al hombre, que ahora podrá reencarnarse plenamente.





Después de algo tan local, tan intenso, tan de otro lugar muy lejano al nuestro, y de 50 kilómetros en moto por carreteras que parecen calles de Kosovo, llegamos a uno de los templos más lindos, y sin duda más lleno de turistas de Bali. Tanah Lot. Un templo en el medio de la playa que cuando sube la marea queda en medio del mar. Nos gustó mucho, casi tanto como a los 500 turistas que estaban al mismo tiempo que nosotros y que salen en todas las fotos.




Con todo lo visto en un día tan largo, sólo nos quedaba emprender la larga vuelta en moto, entre el caos y la oscuridad, para reposar y volver a disfrutar lo vivido.

Al día siguiente tranquilos en Ubud, nos dimos fiesta a nosotros mismos para pasear por nuestra ciudad favorita, regatear en el mercado (casi a nivel profesional) y comer el plato más rico de Indonesia (con permiso del Bale Bale de Tetebatu, que juega en otra categoría) en el restaurante menos sugerente de Bali, el Balina Café. Sate Ayam, unas mini brochetitas de pollo con una salsa mágica de cacahuete, el inevitable nasi putih (arroz blanco) y un combinado de verduras autóctonas. Humm qué rico!!! Debemos las fotos, somos un poco sin fundamento porque entre las casi 2000 del viaje, no hay ninguna de esta gloria culinaria.

Y desde Bali (adiós Ubud, adiós Bali, snif, snif) rumbo a Sulawesi.

Beso grande,
Bruno y Marta

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